Explotación: una visión desde adentro.
Pagos miserables, hacinamiento y reducción a la servidumbre Quedaron al descubierto tras el incendio del taller de costura de Caballito, en 2006, en el que murieron seis personas, entre ellas, cuatro chicos. Sin embargo, pese a las denuncias, todo indica que la tragedia podría repetirse. El trabajo esclavo que alimenta al millonario circuito clandestino de la industria textil sigue vigente. Así lo atestiguan los crudos testimonios de esta nota y las cifras que confirman la existencia de alrededor de 4000 talleres clandestinos entre la Capital y el Conurbano.
El brillo filoso de los dientes enmarcados en oro de Óscar, un ex tallerista, se deja ver cuando, al fragor de la ronda de vino tinto, olvida taparse la boca y estalla en carcajadas al contar sus aventuras como patrón del taller clandestino que regenteaba cerca del Puente Uriburu.
Óscar habla a rienda suelta en rueda de talleristas. Entre trago y trago, mientras llega la noche a unas cuadras de la villa 1-11-14, del Bajo Flores, habla de su pasado explotador de sus coterráneos bolivianos, a los que iba a reclutar a la esquina de Cobo y Curapaligüe, el vértice que funciona hace décadas como un mercado humano, a la vista de cualquiera.
“Ya a los 23 años tenía mi taller. La mejor forma es ir a buscarlos a Bolivia para que te trabajen, si no, no rinde. No cierran los números, papi. Yo iba a buscar gente a Cobo y Curapaligüe, caminaba entre los paisanos, los coreanos y argentinos y así -chasquea los dedos- dos costureras y listo, ¡taxi!, las tenía por un tiempo y después les decía que no tenía trabajo y pues, a empezar de nuevo, pues ¿no? Si ya los explotaste, ya le chupaste la sangre como las vinchucas… ¡uhhhh! ¡Si allá en Bolivia hay un hambre…! Les decís 100 dólares y te besan la mano”, dice Óscar.
Hasta hoy nadie sabe con certeza cuántos de estos siniestros están latentes en la Ciudad. Una bomba de tiempo. Las muertes de Caballito sólo sirvieron para “descubrir” un mundo paralelo que pareció sorprender a propios y extraños y obligó a que se admitiera en forma oficial la situación de miles de personas que son explotadas en talleres textiles, uno de los eslabones de la trata de personas con fines de explotación laboral. Hay pagos miserables, hacinamiento, reducción a la servidumbre, y hasta casos de tuberculosis, anemia y violaciones de mujeres y menores, según apuntó el Cónsul General de Bolivia, José Alberto González, quien también cree que, si hasta el momento no ocurrió otra tragedia, es porque “Dios es argentino y también boliviano”. El diplomático es de los que piensan que esta problemática es una cuestión de mercado: “La gente, por plata, mata. Y se deja matar”.
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